La lucha contra los microorganismos patógenos mediante el uso de bacteriófagos (fagos para abreviar), fue propuesta poco después del descubrimiento de éstos, aproximadamente hace 90 años.

Lamentablemente, con el descubrimiento de los antibióticos se redujo la investigación sobre la terapia por fagos.
Actualmente, el problema cada vez mayor es la resistencia a los antibióticos por parte de las bacterias patógenas, reavivando así el interés en la fagoterapia.

Los bacteriófagos son adecuados para prevenir o reducir la colonización y las enfermedades en el ganado, para descontaminar carcasas y otros productos crudos, como frutas y verduras frescas, para desinfectar utensilios, equipos y superficies en contacto con alimentos y para extender la vida útil de los alimentos perecederos.